CAPA DE OZONO ESCUDO DE LA VIDA

Los clorofluorocarbonos (CFCs) nacieron como la panacea del confort, y tienen que desaparecer como malditos destructores de la capa de ozono que nos protege la vida. Comenzaron a fabricarse en la primera década del siglo XX, creados por el ingeniero Tomas Midgley.

Parecían una bendición para la vida moderna, no tóxicos, no inflamables, de bajo costo, e inofensivos para el hombre, y el medioambiente.

Sus aplicaciones son infinitas, en todas las áreas de la tecnología actual, pero cuando los CFCs llegan a cierta altura (30-50 km) la radiación ultravioleta rompen las moléculas de CFCs y se libera un átomo de cloro, este ataca una molécula de ozono (3 átomos de oxigeno) esta es la capa protectora de la radiación UBV y la rompe, quedando sólo con dos átomos, imposibilitada para detener la radiación.

El átomo de cloro inicia una destrucción de las moléculas de ozono (O3) durante 70-80 años. El descubrimiento de la destrucción de la capa de ozono y su gran agujero que actualmente es de 30 km cuadrados, se debe a los científicos Rowlan y Molina, a los cuales después de más de 20 años, se les otorgó el premio Nóbel de Física y Química 1995, la acción destructora de los CFCs permitió la acción del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) el cual en 1987 creo el Protocolo de Montreal, que establece la reducción, hasta la eliminación de los CFCs, en 2015.

A medida que la capa de O3 se hace más tenue, los UVB atacan la piel humana, produciendo cáncer de piel, reducción del fitoplancton, primer eslabón de la cadena alimentaría marina, y reduce la producción de algunos cultivos.

Actualmente hay alternativas de los CFCs, pero todavía no se ha generalizado a nivel mundial, hay varios países que siguen usándolos, simplemente porque no firmaron el protocolo de Montreal, y su uso los beneficia económicamente.

Eduardo Poo Rodríguez
ONG MADRE

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